Pequeñas bodegas, familiares y artesanales, conviven con auténticos centros de producción a gran escala que llevan los caldos castellano-manchegos a todos los rincones del mundo. Pero, además, las actividades paralelas a la producción se han convertido en elementos indispensables y particulares que favorecen el conocimiento y los valores de la cultura del vino, y los trasladan de manera amena y divertida a todos aquellos que visitan esta tierra vitivinícola por historia y vocación.
Las bodegas de Castilla-La Mancha se han adaptado al enoturismo y cada vez más ofrecen visitas guiadas, catas y espacios adaptados para la celebración de encuentros tanto familiares como empresariales. Además, en sus entornos se organizan otros planes para todas las edades, como rutas de senderismo, actividades deportivas e incluso actividades para elaborar los propios caldos.
Por otro lado, las instalaciones de muchas bodegas han sabido también adaptar sus rincones arquitectónicos a la nueva demanda turística: las antiguas salas se engalanan para mostrar su arquitectura tradicional, e incluso se adaptan para convertirse en alojamientos rurales.
Además, las bodegas modernas apuestan por la arquitectura del siglo XXI, creando espacios llenos de arte contemporáneo que marcan un punto de inflexión en las llanuras castellanas y se convierten en referencia y destino artístico, más allá de su función de producción y almacenaje del vino.
También las Denominaciones de Origen se afanan por dar a conocer los caldos de Castilla-La Mancha, su calidad y maridaje, con rutas específicas de vinos de la tierra, y se alían con las nuevas tecnologías creando aplicaciones para móviles en las que el turista puede acceder a la información en todo momento.
La oferta de enoturismo en Castilla-La Mancha crece y se afianza presentando una oferta variada, adaptada para gustos y edades; todo ello, sin olvidar que el vino es el protagonista. Y su calidad, inigualable.