Jueves 28 de Diciembre de 2017.
Cuenta una parte de la historia que la Navidad, o Natividad, tiene origen pagano y que los cristianos de entonces, perspicaces ellos, captaron enseguida el poder que tal conmemoración tenía sobre sus adeptos y, adivinando lo que ello supondría para su propia 'estructura contemplativa' decidieron adoptarla.
Así, la asociaron al nacimiento de Jesucristo, cuya fecha legítima en realidad también se desconoce, pues lo único cierto, al parecer, es que vino al mundo en la estación del otoño. (Se calculó este dato a partir de conocer que los pastores aún recorrían con sus rebaños aquellos parajes, algo más que improbable durante el mes de diciembre).
Inicialmente la navidad era un periodo dedicado a la reflexión y a la espiritualidad, una etapa para ayudar al necesitado, abrir el corazón al prójimo, alimentarse con moderación y negarse a los excesos materiales. Si todo esto era así, ni mínimamente nos acercamos a los solemnes principios de tal ceremonial; muy al contrario, su desmesurada e ingente ¿evolución/involución? ha desatado el nivel de consumo, derroche y simulación hasta límites de 'pecado', y la desproporción en casi todo es el denominador común de esos días.
El espiritualismo ha quedado reducido a donar un par de kilos de comida a los menesterosos de siempre y a los desfavorecidos de las últimas décadas (éstos cada vez más numerosos y pródigamente bendecidos por los excelsos gobernantes de turno), con la amable colaboración de las grandes firmas de la alimentación, que aseguran el incremento de sus ventas a la par que glorifican su nombre y 'socorren generosamente' la desgravación fiscal de sus impuestos.
En las redes sociales todo es amor, felicidad y buenos deseos, hay cada vez más amistades y las felicitaciones llueven por doquier; y si no las compartes pobre de ti, porque serás desechado del reino del procesamiento de datos.
En realidad, la Navidad comienza más o menos hacia el mes de octubre, que es cuando en los medios de comunicación aconsejan comprar por anticipado para ahorrar unos euros. Desde ese momento, las compras espaciadas se convertirán en el preludio de las grandes compras, de las carreras, de las celebraciones...
Y, entre una y otras, llegarán los amagos y/o las reconciliaciones familiares, y personas que no se acuerdan de uno/a casi nunca y huyen despavoridos cuando te asoman las dificultades de pronto sienten añoranza de tu presencia y te tienden la alfombra roja para que asomes a su reino. Eso sí, ¡ojito con qué la pisas!; ¡yaaaa si esoooo, mejor pasa descalzo!
Con tales presiones avanzando sobre la regularidad cotidiana, tenemos que predisponernos de golpe a estar contentos sí o sí, porque todo son pragmatismos, ojos brillantes, bocas sonrientes y ¡vamos hombre, anima esa cara que ya es Navidad! Igual da lo que acontezca en tu vida, porque es época de ser feliz y punto!
Y yo me pregunto: ¿es positivo todo esto para nosotros? Esta falta de control sobre el tiempo y las emociones; las nuestras y las de los demás, tan falsas algunas veces; a la larga ¿no será dañino para nuestros cerebros y nuestros corazones?
¿No sería mejor celebrar la Navidad generando vivencias nuevas, acciones que nos aporten placer anímico y moral, verdadera lucha para conseguir el bienestar de quienes no pueden disfrutarlo, mostrando una actitud diferente ante el futuro, viviendo fuera del placer ambiguo del consumismo y lejos de los actos no deseados?
Y, sobre todo, ¿no sería mejor que la dulce navidad lo fuera todo el año y no sólo porque en invierno es cuando se venden mejor los turrones?
En fin, esta será para algunos la misma Navidad de siempre, mientras que para otros tal vez hayan cambiado muchas cosas; pero, sea como fuere, a todos os deseo de corazón que seáis felices todos los días de vuestras vidas.