Jueves 1 de Febrero de 2018.
A propósito de nuestro reciente nombramiento como 'Ciudad Tecnológica 5G', se hablaba mucho hace unos días de si tal experimento nos permitirá gozar en primicia de las primeras capacidades de la quinta generación móvil. ¿Esto qué significa? Pues, entre otras cosas, que los segundos de ahora pasarán a ser milisegundos en cuanto a velocidad de fibra, y que lo tendremos puesto a disposición de los hogares.
La mayoría coincidimos en que da un poco de vértigo el avance de las nuevas tecnologías; a pesar de la mejora que ello supone para nuestra sociedad tanto a nivel profesional como a nivel usuario; y en que esta sensación de cierto desasosiego que nos genera tan vertiginosa evolución, en el sentido de que perdemos un poco el control sobre nosotros mismos para proporcionárselo a las máquinas, nos lleva necesariamente a pensar si no estaremos dándole la venia muy ligeramente a tantas sapiencias aplicadas, y si no nos arrepentiremos algún día de poner el pie sobre esa 'tierra prometida'.
Desde nuestro superficial conocimiento de estos contenidos técnicos, entendemos que la tecnología viene a implantarse entre nosotros con el fin de crear un sistema de equilibrio entre el hombre y la máquina, y que las mejoras que suponen sus avances compensarán con creces las 'insuficiencias' actuales, pero ¿qué pasará si se nos va de las manos?, ¿y si esas fantasías plasmadas en el cine de ficción se vuelven un día realidad?
Contemplen a los ciborgs por ejemplo, esas personas que llevan implantado un chip en alguna parte de su cuerpo, que hace de memoria externa y les permite bloquear y desbloquear el móvil, guardar información, acceder a video juegos y hasta poner la lavadora. Cierto es que hoy por hoy son ellos quienes lo controlan, pero ¿será siempre así?
A día de hoy las máquinas no sólo sustituyen al hombre en sus funciones profesionales, también lo hacen ya a nivel personal, tal como ocurre con los recientemente noticiados muñecos/as de silicona. No sólo es que su fisonomía y expresión sean casi idénticas a las de un ser humano, sino que pueden sustituirnos en diferentes funciones, tal como presumió el norteamericano Scott Maclean fabricándose una esposa a medida.
Valoraba el hombre de su peculiar consorte la particularidad de poder hablar con ella, dormir, e incluso tener sexo... “Y todo, sin objeciones”. ¡Mi parte feminista se pregunta si también estará debidamente formada para escucharle, comprenderle, aconsejarle y soportarle cuando tenga un mal momento!
En el campo de la sanidad parece que estaremos de enhorabuena, la utilidad de la telemedicina permitirá controlar a los pacientes en sus propias casas mediante dispositivos instalados previamente, que recopilarán los datos necesarios para hacer un diagnóstico a través de video conferencia. En teoría, evitaremos las tediosas y largas listas de esperas, ¡sólo en teoría!
Si merodeamos ya estos perímetros tecnológicos aplicados a la cotidianeidad del ciudadano, no resultará una incoherencia pensar que no faltando mucho tendremos videocámaras instaladas dentro del hogar y acabaremos comunicándonos entre nosotros a través de ellas tal cual hacemos ahora con el wassap; o, peor aún, acabaremos siendo ciudadanos vigilados a lo Gran Hermano de Orwell, en su obra ¿de ficción? '1984'.
Sin ánimo de desaprobar tales mejoras ni de ser extremadamente negativa, sino sólo con la sana intención de contemplar pros y contras de estos inconmensurables avances, es mi deseo ferviente que algún día seamos tan sabios y maduros con la ciencia que podamos dirigirla y beneficiarnos de ella sin mayores problemas; y que en un momento dado, llegado el caso, sepamos aceptar que se limite nuestra privacidad si con ello se nos va a proporcionar un entorno más seguro, una paz prolongada, o una sociedad de valores compartidos.
Pero, si hemos de pasar por convertir nuestras vidas particulares en insensatos modelo de individualismo y aislamiento (ya casi ocurre), en perniciosas intrusiones en nuestra intimidad o en extremados alejamientos de lo natural, tengamos conciencia de que estaremos extralimitándonos en el beneplácito de estas tecnologías y comprometiendo nuestras dignidad y libertad, a la par que convirtiéndonos en esclavos de nuestras propias máquinas.
Si vivir a tanta velocidad nos recuerda que el tiempo pasa rápidamente, debemos ser juiciosos y no relegar al olvido que hay ocasiones en las que ¡la realidad supera la ficción!