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CON M DE MUJER

Volver a la normalidad tras la crisis del COVID-19

Volver a la normalidad tras la crisis del COVID-19

M. L. Ventura

sábado 18 de abril de 2020, 10:18h

Sábado 18 de Abril de 2020.

Las tendencias actuales indican que habrá grandes cambios en nuestras vidas en un corto espacio de tiempo- ya los hay- y no hace falta ser muy diestros para suponer que después de este confinamiento todo habrá cambiado y nada volverá a ser lo mismo, máxime cuando el encargado de la OMS para la crisis de COVID-19 asegura, rotundo, que el virus no desaparecerá y que debemos acostumbrarnos a una nueva realidad que pasará, seguramente, por mantener el distanciamiento.

Si se habían olvidado de aquel slogan que decía que “en las distancias cortas es donde un hombre se la juega”, sepan que ahora la frase estará más en auge que nunca.

A día de hoy, todos le damos vueltas a una cuestión: ¿cuándo llegará el momento de volver a la normalidad? Una palabra, ésta última, que junto a coronavirus serán de las más utilizadas durante este dilatado confinamiento.

Pues bien, esto es aun impredecible por mucho que anhelemos que el despertador vuelva a sonar cada mañana, que las prisas nos hagan ir de allá para acá en nuestros quehaceres diarios, el poder salir a tomar una cerveza o ir al cine, que el supermercado vuelva a tener sus estantes bien llenos... En fin ¡que la rutina primermundista se vuelva a adueñar de nuestras vidas!

Es obvio que el ejercicio de incorporación al antiguo trasiego diario -¿ya hace más de un mes?- tendrá que ser lento y cauteloso, sobre todo si queremos evitar que las idas y venidas a las zonas que en algún momento estuvieron contaminadas vuelvan a convertirse, Dios no lo quiera, en franjas con licencia para reexpandir el virus; pero el caso es que ahora mismo cualquier previsión puede resultar arriesgada y que el más mínimo desliz nos llevaría a desandar lo andado.

Siendo así no parece muy alentador el panorama venidero, que nos insinúa que familiares, amigos, vecinos, compañeros de trabajo... ¡todos!, se han convertido de pronto en improvisados enemigos de cuyos besos, abrazos, palabras de aliento, etcétera deberemos huir, al menos por un tiempo.

Las consecuencias psicosociales que esta suspicacia, temor, previsión, o como queramos llamarlo, tendrá en nosotros pueden ser infinitas; siempre dependiendo del carácter de cada uno, claro, pero casi con toda seguridad y en líneas generales, derivarán hacia el estrés que supondrá vivir en un estado de alerta continuo y con la libertad individual limitada.

Aunque no nos hayamos dado cuenta, todo este aliño de nuevos hábitos ya se está introduciendo en nuestras vidas de forma sigilosa y, sin que lo queramos, se sienta con nosotros a la mesa, duerme en nuestra cama, nos acompaña al súper y será nuestro único compañero durante un tiempo, cuando pisemos de nuevo el asfalto para reanudar nuestra cotidianeidad.

Ni que decir tiene lo importante que es y será mantener la calma y pensar de forma positiva porque, si no es así, el confinamiento de ahora y las limitaciones de después se nos pueden hacer insufribles y abocarnos a un estado permanente de angustia, hostilidad y desafecto.

Sin duda esta pandemia ha agrupado en un solo bloque multitud de emociones: el miedo a algo que nos resulta desconocido y que no sabemos hasta qué punto puede dañarnos; la ira de unos contra otros, espoleada básicamente por las interferencias ideológicas y por la insolidaridad de cierta clase política; el apego extraordinario hacia los nuestros por la vulnerabilidad que se pone de manifiesto cada día...

Además de la resplandeciente solidaridad nacida entre los ciudadanos y los grandes héroes de esta crisis: sanitarios, policías, bomberos, limpiadoras, militares, guardias civiles, etcétera, a veces tan adormecida y siempre tan necesaria; el afán de conocimiento para saber con acierto a qué nos enfrentamos; la alegría de compartir tantos momentos familiares; el humor espontáneo y espléndido de unos; la inventiva extraordinaria de otros...

Y tantos sentimientos encontrados que están causando en nuestro interior una pequeña revolución silenciosa que, si somos medianamente maduros, sabremos desarrollar en el futuro, porque ya es algo incuestionable que son nuestros hábitos y comportamientos los que nos ponen en peligro de unas y otras maneras.

En conclusión: que esta crisis, pandemia, guerra, o como mejor nos parezca llamarlo, nos haga abrir los ojos y nos lleve a pensar detenidamente en la necesidad de anteponernos como seres humanos espirituales al materialismo, a la par que a preservar con mayor empeño nuestro mundo...

Porque esto será lo único que podrá protegernos de espacios contaminados, indeseadas epidemias y desordenados cambios climáticos, que nos revelan con imperiosa crudeza cuán vulnerables somos, pero que también restablece agradecido nuestro hábitat y, como está ocurriendo en estos momentos, nos lo devuelve oportunamente saneado.

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